Querido:
Lo reconozco
yo también
amé la soledad,
jugar a la escondida.
Ayer volví a bailar
el tango en tu mirada,
y tu
me sonreías
abriendo el porvenir.
Después
te hacías el distraído,
sin recoger la siembra
me dejabas partir.
Ay!
tus ojos de inmortal,
vana cadencia.
Saber que casi
me deseabas
y sin embargo no,
la pura espuma,
nada.
Quiero decirte,
que lo eterno no va a la muerte
pero tampoco al sexo,
a la vida
de este amor
que nos reclama.
Ayer
tus ojos
mariposas abiertas a mi flor
sobrevolaron libres
los pliegues del recuerdo
y su perfume
libándome la piel.
Ay! amable caballero
con manos trasnochadas,
con labios expansivos
como alas;
si yo te quería amante
¿por qué eludí pedirte
que seas mi hombre
ahí,
y que me inventes
otra vez
el alma?
Así,
sin hacer ruido,
mientras yo pensaba;
casi te vas así
sin decir
ni una palabra
¿te das cuenta?
Casi me matas de silencio,
de aridez,
de caricias
que antes de nacer
ya estaban enterradas.
Una de mí
que no se resignaba
preguntó antes de partir:
de Evita Montonera
qué pensabas?
y tú,
hábil en no responder,
me tiraste contundente
directamente
a la cara
el tercer tomo de Levene
-obras ilustradas-
duro
pero sin alas.
Y otra vez el silencio
la empalagosa calma
diciéndole que no,
a mi gacela gualda.
Cuando
ansiaba tus manos
templando mis riberas
te declarabas manco
(en silencio, se entiende)
sin ojos,
ni mirada.
Piedra libre!!!
te vi.
Ayer volví a bailar
el tango
para ti,
y tu me sonreías
me dejabas partir
sin compromiso
cerrando el juego
¿quiere decir
el porvenir?
Me duele,
amor,
y te lo digo
hoy mi mujer esta triste,
muy triste,
a punto de escribir
las huellas de este amor
que no se apaga.
Y aún
insiste como extraviada
desea en tu sexo
los girasoles
de Van Gogh
y no te dice nada.
Lo reconozco
yo también
amé la soledad,
jugar a la escondida.
Ayer volví a bailar
el tango en tu mirada,
y tu
me sonreías
abriendo el porvenir.
Después
te hacías el distraído,
sin recoger la siembra
me dejabas partir.
Ay!
tus ojos de inmortal,
vana cadencia.
Saber que casi
me deseabas
y sin embargo no,
la pura espuma,
nada.
Quiero decirte,
que lo eterno no va a la muerte
pero tampoco al sexo,
a la vida
de este amor
que nos reclama.
Ayer
tus ojos
mariposas abiertas a mi flor
sobrevolaron libres
los pliegues del recuerdo
y su perfume
libándome la piel.
Ay! amable caballero
con manos trasnochadas,
con labios expansivos
como alas;
si yo te quería amante
¿por qué eludí pedirte
que seas mi hombre
ahí,
y que me inventes
otra vez
el alma?
Así,
sin hacer ruido,
mientras yo pensaba;
casi te vas así
sin decir
ni una palabra
¿te das cuenta?
Casi me matas de silencio,
de aridez,
de caricias
que antes de nacer
ya estaban enterradas.
Una de mí
que no se resignaba
preguntó antes de partir:
de Evita Montonera
qué pensabas?
y tú,
hábil en no responder,
me tiraste contundente
directamente
a la cara
el tercer tomo de Levene
-obras ilustradas-
duro
pero sin alas.
Y otra vez el silencio
la empalagosa calma
diciéndole que no,
a mi gacela gualda.
Cuando
ansiaba tus manos
templando mis riberas
te declarabas manco
(en silencio, se entiende)
sin ojos,
ni mirada.
Piedra libre!!!
te vi.
Ayer volví a bailar
el tango
para ti,
y tu me sonreías
me dejabas partir
sin compromiso
cerrando el juego
¿quiere decir
el porvenir?
Me duele,
amor,
y te lo digo
hoy mi mujer esta triste,
muy triste,
a punto de escribir
las huellas de este amor
que no se apaga.
Y aún
insiste como extraviada
desea en tu sexo
los girasoles
de Van Gogh
y no te dice nada.