domingo, 19 de diciembre de 2010




Las mujeres vampiro


Del libro: Espantapájaros, de Oliverio Girondo



Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las mujeres con un sexo prehensil.
Desde hace siglos, se conocen diversos medios para protegernos contra las primeras.
Se sabe, por ejemplo, que una fricción de trementina después del baño, logra en la mayoría de los casos, inmunizarnos; pues lo único que les gusta a las mujeres vampiro es el sabor marítimo de nuestra sangre, esa reminiscencia que perdura en nosotros, de la época en que fuimos tiburón o cangrejo.
La imposibilidad en que se encuentran de hundirnos su lanceta en silencio, disminuye, por otra parte, los riesgos de un ataque imprevisto. Basta con que al oírlas nos hagamos los muertos para que después de olfatearnos y comprobar nuestra inmovilidad, revoloteen un instante y nos dejen tranquilos.
Contra las mujeres de sexo prehensil, en cambio, casi todas las formas defensivas resultan ineficaces. Sin duda, los calzoncillos erizables y algunos otros preventivos, pueden ofrecer sus ventajas; pero la violencia de honda con que nos arrojan su sexo, rara vez nos da tiempo de utilizarlos, ya que antes de advertir su presencia, nos desbarrancan en una montaña rusa de espasmos interminables, y no tenemos más remedio que resignarnos a una inmovilidad de meses, si pretendemos recuperar los kilos que hemos perdido en un instante.
Entre las creaciones que inventa el sexualismo, las mencionadas, sin embargo, son las menos temibles. Mucho más peligrosas, sin discusión alguna, resultan las mujeres eléctricas, y esto, por un simple motivo: las mujeres eléctricas operan a distancia.
Insensiblemente, a través del tiempo y del espacio, nos van cargando como un acumulador, hasta que de pronto entramos en un contacto tan íntimo con ellas, que nos hospedan sus mismas ondulaciones y sus mismos parásitos.
Es inútil que nos aislemos como un anacoreta o como un piano. Los pantalones de amianto y los pararrayos testiculares son iguales a cero. Nuestra carne adquiere, poco a poco, propiedades de imán. Las tachuelas, los alfileres, los culos de botella que perforan nuestra epidermis, nos emparentan con esos fetiches africanos acribillados de hierros enmohecidos. Progresivamente, las descargas que ponen a prueba nuestros nervios de alta tensión, nos galvanizan desde el occipucio hasta las uñas de los pies. En todo instante se nos escapan de los poros centenares de chispas que nos obligan a vivir en pelotas. Hasta que el día menos pensado, la mujer que nos electriza intensifica tanto sus descargas sexuales, que termina por electrocutarnos en un espasmo, lleno de interrupciones y de cortocircuitos.

sábado, 18 de diciembre de 2010



Sueño tal vez

Ha florecido el sol en medio de la noche
y tus letras de piel siguen pulsándome,
a veces en silencio, a través de los días.

Imposible dormir o taparse los ojos.
Te encontraría igual, erguido,
tras mis párpados cerrados.

Desnudo eras hermoso.
Traducido en palabras
eras el héroe de mis sueños encendidos.

Yo ascendía por tus manos
como en la escalinata creciente del deseo.

Me quitaba las flores y el vestido
para dejarme caer, otra vez, sobre tu pecho.

Y volvía a temblar cerca del fuego,
para agitar hasta el alba las campanas
en todos los bolsillos de tu sed.

martes, 7 de diciembre de 2010

Sueño tal vez



Las verdaderas fiestas
tienen lugar en el cuerpo
y en los sueños.
Alejandra Pizarnik
Es el vals acompasado de tu piel
que inflama mi deseo.

Son tus manos
que se extienden sobre las sábanas,
multiplican mi sed
y acarician
el cuerpo de la fiesta.

Es tu voz
-alquimia y paraíso-
que dibuja en el aire ese vacío
donde tiembla el deseo
y alza sus cornisas.


Toda la noche por testigo.
Derramaban efervescencia las estrellas,
hicimos
polvo
las palabras.





lunes, 11 de octubre de 2010



¡Ay si salvarse fuera posible!
Creedme, yo hubiera encontrado esa cerradura
enmohecida o inconclusa
contra el fin de los días.

¿Imagináis ese cónclave de sueños
de haberlos podido despertar?

Pero no, estamos condenados
a secarnos como gotas de tiempo
que tiemblan bajo la bóveda acuosa del rocío.

Está permitido,
mientras resuene la música de la sangre,
traducirla en huella perdurable,
más allá de mi voz y tu ceguera.

viernes, 8 de octubre de 2010



El otoño nos devuelve las hojas
donde ardía el estío
después del amor.
Mientras te espero
les dibujo tu nombre
con letras de piel.

viernes, 2 de julio de 2010


Es verano otra vez,
el aire tiene el peso de la sal.

Es isla que navega hacia el sol
donde el mar salpica el cielo.

Hay nubes rosadas que pasean
solas en la tarde.

La ventana azul
alumbra la casa encalada.

Hay sonrisa floreada de geranios.
Los pájaros picotean el silencio,
los frutos aguardan en las ramas
.


El jardín es una isla
que flota en mi sueño.
Una sucesión ascendente de pétalos,
una máquina de florecer los días
y enredarlos al pentagrama del tiempo.

Un resplandor de tierra prometida
que la noche estrella en sus colores.

La noche
con alas perfumadas
es esta sed sin geometría
que pulsa mi deseo.

sábado, 20 de febrero de 2010

Cuando el silencio late

Han llovido los últimos fríos
y la pródiga luz de la tarde se deshace.

Donde florecen plumas, se agitan sueños.
La memoria es un rincón del tiempo.

No hay pájaros en la hora que los recuerdos arden.
No hay andenes posibles para perder los trenes,
cuando la noche abre sus alas,
cuando ella sonríe junto al fuego
con su abanico de estrellas,
cuando el silencio late.

viernes, 19 de febrero de 2010

Miguel O. Menassa, candidato al Premio Nobel de Literatura 2010


El verdadero viaje, de Miguel O. Menassa

¡Cuidado! ¡Cuidado!
estamos a punto de naufragar.
Os habéis creído,
que en trasatlántico poderoso navegábamos
y sin embargo os digo: mi vida es una pequeña balsa enamorada.
Veo surgir, es cierto, entre las sombras,
una luz que nadie apagará.
Formada de versos y perfumes como vientos insondables,
como una catarata de carne abandonada,
que por fin encuentra su reinado.
Reinado de nubes,
de antiguas fragancias y de fragancias inconcebibles.
Pequeñas balsas enamoradas siempre a punto de naufragar.
Por ahora, toda pasión será remar,
hasta alcanzar el poema en ese movimiento.
Después, algún día, tendréis,
en vuestra pequeña balsa enamorada vuestros grandes amores.
Remad, hasta quedar sin fuerzas y ahí, comprenderéis el motivo de
mi pasión.
Iremos por los más bellos ríos y con el tiempo,
nos animaremos a los grandes océanos,
a la belleza de las borrascas plenas en el mar
y siempre, iremos temerosos de desaparecer,
pequeños, en esa inmensidad que nos rodea.
Saber nadar o ser grandiosos, no servirá de nada,
para llegar, tendremos que mantener la balsa a flote
y nosotros mantenernos encima de la balsa.
Eso, todo el misterio.
Un día la balsa se partirá en mil fragmentos
y cada uno,
tendrá que aprender a sostenerse en pequeños maderos.
Si es posible el poema es posible la vida.
Remad, agonizad remando,
hasta sentir que solo es imposible.
Quedad sin fuerzas,
mirad cómo otros reman y yo mismo remo,
con las manos ensangrentadas por el esfuerzo,
sin descansar, hasta encontrar en ese movimiento el poema.
Y cada uno tendrá su pequeña balsa enamorada.
Dueño de su vida y de su muerte,
puede tenderse en la balsa para siempre,
no remar más y dejar que las aguas lo lleven por doquier.
Y algún otro, remando desesperadamente, al verlo,
escribirá un poema.
Remar en cualquier dirección tampoco sirve.
La tierra que promete la poesía siempre es la misma.
Se llega o no se llega.
Ella necesita reyes, centauros,
sólo se deja sembrar por revolucionarios y fanáticos,
por hombres que en su tierra,
construyen su casa y su familia, sus grandes ilusiones.
El que repita lo hecho jamás la encontrará.
Remad para llegar a esa tierra como nadie ha remado
y os serán ofrecidos a vuestra llegada,
manjares que no fueron ofrecidos a nadie.
Y en las noches de desilusión,
cuando nada es posible en esa oscuridad,
pedid a los mayores que os cuenten,
de los grandes navegantes, sus antiguas hazañas,
en pequeños barquitos de papel.
Cada trecho recorrido tendrá sus peligros.
Nada será fácil para el poeta.
Vendrá el amor y habrá que enamorarse,
hasta sentir en la carne el último dolor.
Y al llegar a ese lugar,
habrá que enamorarse todavía más,
hasta sentir que la carne temblando es un poema.
Y así llegará la inolvidable noche, el día,
donde por un instante esa pasión será la poesía.
Frente a la duda no dejar de remar.
Tomar en nuestros brazos,
fortalecidos como garras por la crueldad del ejercicio,
a la persona amada y seguir remando,
si es necesario con los dientes.
Con el tiempo ella, también, hará ejercicio con nosotros.
Después de a dos, de a tres, de a todos,
rota la inmensidad de lo único,
vendrá la muerte.
Y no valdrá ninguna valentía,
porque ella se jacta de haber matado,
a todos los valientes en el primer encuentro.
Y tampoco valdrá ninguna cobardía,
porque ella mata todo lo que huye.
Para encontrarse con la muerte, se necesita,
haber aprendido algo del amor:
Ni huir. Ni arremeter contra nada.
Aprender a conversar tranquilamente, eso enseña el amor.
Cuando ella se acerque y venga por nosotros,
con su mirada inmensa como ella misma es inmensa,
dejarla acercar hasta que escuche,
nuestra respiración entrecortada por el encuentro.
Y ella, enternecida como es su costumbre,
nos tenderá la mano,
para que acompañemos a vuestra majestad,
al inmutable reino del silencio.
Ahí, cuando entregarse es lo más fácil, mirarla,
-en los ojos la inmensidad que le pertenece-
y decirle entre dientes:
Amada muerte, mi enamorada,
escribiré tu nombre en todas las paredes,
besaré sin temor tus labios,
como nunca ningún hombre lo ha hecho y te amaré,
verás, entre la sangre,
en las grandes catástrofes y también, te amaré,
cuando un blanco capullo reine en tu corazón.
La gran emoción que recorre su gran manto negro,
por encontrarse de golpe en un poema,
hace de la muerte una mujer.
Ella también terminará remando tranquilamente hasta la orilla
y compartirá mi pan y mis amores
y volará por las noches para cobijar en su seno,
a los que ya dejaron de remar y volverá,
para encontrarse conmigo y contarme sus hazañas.
Como si cada vez fuera la primera,
volveré a respirar como respiran los atletas
y por haberlo aprendido de ella,
la miraré enternecidoy le diré:
Mi muerte enamorada y ella,
será feliz.

Después hay que seguir remando.
Ya nos preguntarán y nosotros diremos:
hemos estado con el amory hemos estado, también, con la muerte.
Al principio no nos creerán,
dirán que para el hombre es imposible.
Nos pedirán pruebas,
nosotros les mostraremos como si les mostrásemos el cielo,
algunos poemas y conseguiremos con ese gesto,
que llegue hasta nosotros el tiempo de la burla.
Grandes embarcaciones que nada buscan,
-porque creen tener-pasarán una y otra vez a nuestro lado,
tratando de hundir con sus juegos,
nuestra pequeña balsa enamorada.
Nos llamarán desde sus lujosas embarcaciones,
con los nombres con los que se nombran los desperdicios.
Poetas. Locos. Asesinos.
Y en la algarabía estúpida de sus juegos,
todo será posible.
Nos tirarán algunas piedras
y se dirán,
nada los ofende y enfurecidos,
nos gritarán: Pelead ¡cobardes! defendeos.
Y después de mil veces y otras mil,
con los ojos desorbitados por el cansancio
y también por la sorpresa de ver,
nuestra pequeña balsa enamorada siguiendo su camino
y nosotros, tranquilamente, sobre ella, remando.
Después de haber atravesado ilesos el camino de la burla,
vendrá, os aseguro, el tiempo del oro.
Ellos, aburridos de sus propias risas,
querrán jugar a nuestro juego.
¿Cuánto cuesta esa madera a punto de pudrirse
que usáis de embarcación? y ¿cuánto vuestra vida?
¿cuánto esas viejas cartas de navegación?
y ¿cuánto esos poemas?
Cuestan, señor, lo que le cuesta a un hombre,
dejar de pertenecerse y entregarse al poema.
¿cuánto dinero cuesta eso?
Todo y ninguno.
tal vez su propia vida, acaso.
¿cuánto dinero cuesta mi vida, entonces?
Todo y ninguno. Su vida son palabras como todas las vida
y eso, tengo entendido, vale nada.
y ¿cuánto dinero cuesta pensar así?
Todo y ninguno. Más bien hay que sumergirse,
remar y no esperar nada.
Eso cuesta.
Sumergirse y no esperar nada, en las tinieblas,
hacia otra oscuridad mayor, el poema.
Una vez enamorados el amor y la muerte
y rechazados el oro y la burla por impuros,
vendrá y de ninguna parte,
-porque ella vivió siempre en nosotros-la locura.
El peor de todos los estrechos,
surge imprevista,
por ser ley de su destino, la sorpresa.
Y no viene por ninguna pelea,
porque trae el deseo de trabar amistad con el poeta.
Y cuando llega nos dice entre susurros,
que su mundo y el mundo de la poesía,
son el mismo mundo.
Frente a la duda hay que seguir remando.
Informe, se deja moldear por nuestras palabras,
y al tiempo ella, también, tiene su grandeza.
Yo soy del amor, nos dice, ese desenfreno
y la pasión eterna de la muerte.
Tengo por costumbre despreciar el oro,
y sin embargo,
las ansias por matar que generan sus leyes,
están intoxicadas de locura.
Ahí, ella y la poesía se parecen.
A instantes de juntarse en nuestra mirada,
como si fuesen una sola cosa,
la poesía, vieja loba de mar,
rema un trecho con nosotros para mostrarnos,
que la locura, desde que llegó,
permanece en el mismo rincón de la pequeña balsa,
sin remar, recordando todo el tiempo su pasado.
Contentos de haber comprendido la diferencia,
encerramos a la locura en un poema
y seguimos remando hasta que un día,
convencidos de su torpeza para la navegación,
se la entregamos al amor y a la muerte,
para que la locura, aprenda a volar.

*Fotografía tomada de Google