sábado, 29 de octubre de 2011


Pizarnik: Un jardín que sonríe

 

Alejandra Pizarnik es un nombre de mujer con el que la poesía en lengua castellana se ha pintado los labios, y se ha ataviado con aquel perfume que persiste en su influencia. Leer sus libros, llamar a las aldabas de sus puertas, no es algo de lo que uno pueda salir indemne o sin claras huellas en el alma. Vale la pena y la alegría. El que se tome el trabajo encontrará las llaves del jardín, en el fondo de su voz como una música -ebria de luz lila- hay un jardín que sonríe.
Emplumando sus pájaros sin jaula, puso en vuelo sus poemas, sus diarios o los escritos en prosa, alguna pieza de teatro y los textos de humor… Toda esa letra escrita como salvada de un naufragio con sus voces clamando, semejan una intemperie construida palabra a palabra, tallando y detallando el silencio; dibujando el amor y el dolor ante la vida con uno de esos lápices -color de exaltación- que ella atesoraba o regalaba.
Leer a Pizarnik es verla encender los talismanes y cómo los ofrece al que acaricie con su mirada ese universo de convulsas pasiones, esas constelaciones de su letra pequeña, como un caminito de migas de pan, asustadas por las hormigas de la noche. Aunque como escribió Enrique Molina: “ese hilo de su voz escrita con toda su levedad, no se borrará nunca, ya que es uno de los hilos luminosos para entrar y salir del laberinto”.
Ella es una equilibrista del abismo, que se pasea por las letras y las deja temblando, que baila y hace homenajes al silencio, o inventa una geometría del silencio y le restituye su prestigio hechizante, o le infunde una dinastía de soles hasta obligarlo a hacer ruido, a traducirse en palabras.

Hace algún tiempo, en la lectura de una antología de poetas suicidas, tropecé con una carta que ella enviaba a su amigo Antonio Fernández Molina, que se encontraba en aquel verano de 1967 a orillas del Mediterráneo. Me emocionó ver cómo le decía: “Acaso pudiéramos hacer un arreglo: yo te cedo mi departamento de B. Aires y tú me das el tuyo de Barcelona, con lo cual prescindimos de la tristeza de los hoteles. Sin embargo me reclama un lugar como, por ejemplo, Ibiza. Supongo que 6 meses confinada allí, me llevarían, tal vez, a escribir poemas menos amargos.”

Eso no ocurrió nunca, Alejandra murió pocos años más tarde. Puede que se extraviara en la neblina del insomnio conjugando fantasmas que se caían del tiempo. O que su pluma fuera bebiendo un cruel color tiniebla. Tal vez fue porque los que llegaban no la encontraron, y los que ella esperaba no existían. Tal vez por no saber olvidar, o porque lo había escrito tantas veces que se lo fue creyendo, lo había anunciado con magistral transparencia: “El suicidio determina, un cuchillo sin hoja al que le falta el mango”.
Y sin embargo ella también escribe como una enredadera de estrellas florecidas. Como una Alicia que soplara desde un lejano país, desde el tragaluz de un sueño, una sucesión de burbujas del Bosco, otra extracción de la piedra de la locura. A veces se abismaba en un poema sin fondo, con su lúgubre manía de vivir, con esa particular manera suya de hacer polvo las palabras, de trastocarlas en pulsación dorada, por recrear la alquimia del verbo.
Supo también ser dulce, como el perfume de las violetas sobre la tarde, cuando por divertir la lengua decía como si nada: “no hay pan que por miel no venga”. Se bebe las horas escribiendo hasta volcar la medida de la sed, busca las monedas de oro del sueño y sus caídas en la ranura de la noche. Es la cantora sonámbula que se prueba los mejores atavíos del lenguaje como si fueran ácidos, como si fueran tentáculos con los que abraza al lector y lo sacude en sus descargas.
Se mira en otro espejo que refleja como atroces maravillas su laberinto con trazados de jardín. Pero detrás del aire hay monstruos que beben de su sangre, ella se interroga, se pregunta como quien tira una piedra verde contra la casa de la noche: “Qué haré con el miedo?”
Es la viajera alucinada, una huérfana en su reino de ceremonias puras, que le canta a la sombra y la encanta, la alumbra con sus versos de infanta siempreviva, la toca con el licor de una letra que duele y a la vez la convierte en alba transparente y rosada. Ella sueña niñitas pintadas con tiza, amenazadas por la lluvia a derramarse en anilinas, contra los muros de mero miedo de las condesas más sangrientas, sobre un ángel harapiento, y después te deja así, con una sensación tan psicodelicada, mirando a la princesa en la torre más alta.
Son libros que te leen con los brazos abiertos, donde siempre se puede volver a mendigar fervor. Ella arrancó las estrellas de la noche para hacer ese jardín. Un bosque musical para fundar una morada y habitarlo como un rehén en perpetua posesión.
A 75 años de su nacimiento y casi 40 de su muerte, ella aún se desnuda en el paraíso de sus palabras y sigue viva, con su voz nocturna, a puro fuego cantándole a la ausencia como sólo ella supo, en la despierta memoria de papel que guardan sus libros.

“Son palabras para hacer un fuego, palabras donde poder sentarnos y sonreír”.
 
 
* Texto y fotografía publicados en el Suplemento Cultural del Diario de Ibiza: La Miranda, el 28/10/11

sábado, 23 de abril de 2011



El libro

De todo cuanto se ha escrito, yo sólo valoro aquello
que el autor ha escrito con su propia sangre.
Escribe con sangre y comprenderás que la sangre es espíritu.
No resulta fácil entender la sangre ajena; odio a los que leen por pasar el rato.
F. Nietzsche

No me imagino mi vida sin el libro como un objeto cotidiano y a la vez asombroso, como un juguete para emplumar los momentos con mejor fulgor.
Un libro no es algo que pueda caber en onomásticas, sino que más bien tendría que abrirse como un pacto secreto con el amanecer, con los ojos llenos de alma.
Un libro es también una ventana abierta a alguna libertad posible; otro uso del lenguaje para enriquecer nuestro tiempo, la lectura. Gianni Rodari lo dejó bellamente impreso en aquella frase: Todos los usos del lenguaje para todos, no tanto para que todos sean artistas, sino para que ninguno sea esclavo. Hay en el libro, además de esa cajita de papel y sus perfumes, un hombre, una mujer, que nos hablan. La gravitación de una voz que llega a nosotros, que nos indica un camino otro que el que podíamos soñar o imaginar paseando solos.

Como escribe Borges, el libro no es como los demás instrumentos que el hombre haya creado, no es una extensión del propio cuerpo como el teléfono, el microscopio o la espada. Es diferente, se trata de una extensión de la memoria y la imaginación. Así, un libro, un buen libro, puede extender nuestra alegría esencialmente humana, entre palabras y siempre entre otros. Y no se trata de cualquier otro, Emerson llega a decir que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. Y que en ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez.
Tenemos que abrir el libro, para que despierten. Dice que podemos hacernos acompañar por los mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que a menudo no los buscamos y preferimos leer comentarios, críticas y no vamos a lo que ellos dicen. Ante la pregunta de si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia, Bernard Shaw contestó que todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu. Es decir, que un libro tiene que ir más allá de la intención de su autor. Leer no es tarea fácil, más que leer es necesario dejarse leer por el libro para que ocurra eso otro que es del orden de la novedad. Si lo comparo con algo conocido, si no permito que me arranque de mí mismo y así perderme de vista, quizá no sea leer lo que estoy haciendo, sino caer en un frecuente obstáculo.

Para leer es preciso ejercer algún grado de humildad. Como enseña Pavese: Los libros no son los hombres, son medios para llegar a ellos; quien los ama y no ama a los hombres, es un fatuo o un condenado. Hay que acercarse a esas palabras con el respeto y el ansia con que nos acercamos a una persona predilecta. Un libro es el territorio donde se encuentran el autor y el que lo lee, pero que los trasciende a ambos y siempre va más allá de ellos.

Un libro es como un fuego con dos alas, que alumbra y no se extingue sino hasta la próxima lectura. Es la posibilidad de un encuentro, de una conversación, algunas veces con semejante poder de incandescencia, capaz de reescribirnos la vida con letra perenne, de circularnos como la sangre, de desviarnos definitivamente la mirada en tal sucesión de páginas.

Leer debe implicar atravesar una puerta sin retorno, que nos lleve más allá de nosotros mismos, por así decirlo que nos cambie de tiempo y de lugar. Que nos invite a ese paraíso donde Borges se figuraba bibliotecas y otros dones.
Un libro tendría que ser como un bello paseo en bicicleta pedaleado renglón a renglón, hasta el último mar, donde aún vuelva a florecer la inicial estampa. Hay libros que nos pulsan las cuerdas más hondas, que se descargan en uno como una tempestad, como una fiesta en la estación de los besos, que nos dejan el alma llena de ojos.

* Publicado en el Suplemento Cultural del Diario de Ibiza: La Miranda, el 23/04/11

domingo, 20 de febrero de 2011


Para una versión del I Ching
Jorge L. Borges

El porvenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una cosa
Que no sea una letra silenciosa
De la eterna escritura idescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
Es la senda futura y recorrida.
El rigor ha tejido la madeja
No te arredres. La ergástula es oscura,
La firme trama es de incesante hierro,
Pero en algún recodo de tu encierro
Puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.

viernes, 18 de febrero de 2011



Musa

Hace lunas que no vuelves
a despeinar mi sueño,
a escribirme la piel con tu caricia,
a marearme
con el humo encendido de tu voz,
a hacer alquimia con el miedo
hasta alumbrar
el fuego de los versos.

Hace noches que despierto
con las manos vacías.

Sólo este ramito de silencio.



La hoguera donde arde una
Julio Cortázar, de: La vuelta al día en ochenta mundos

Fue el primero en acusarme de
Sin pruebas y quizá doliéndole, pero había los que
Ya se sabe en un pueblo perdido entre
El tiempo pesa inmóvil y sólo cada
Gentes que viven de telarañas, de lentas
Acaso tienen corazón pero cuando hablan es
¿De qué podía acusarme si solamente habíamos
Imposible que el mero despecho, después de aquella
(Tal vez la luna llena, la noche en que me llevó hasta
Morder en el amor no es tan extraño cuando se ha
Yo había gemido, sí, y en algún momento pude
Después no hablamos de eso, él parecía orgulloso de
Siempre parecen orgullosos si gemimos, pero entonces
¿Qué memoria diferente tendrá el odio que sigue al
Porque en esas noches nos queríamos más que si
Bajo la luna en las arenas enredados y oliendo a
(Lo habré mordido, sí, morder en el amor no es tan
Nunca me dijo nada, sólo atento a
Me perfumaba los senos con las yerbas que mi madre
Y él, la alegría del tabaco en la barba, y tanta
Nunca llovió cuando bajábamos al río, pero a veces
Un pañuelo blanco y negro, me lo pasaba despacio mientras
Nos llamábamos con nombres de animales dulces, de árboles que echan
No había fin para ese interminable comienzo de cada
(Lo habré mordido mientras él clavado en mí me
Siempre en algún momento se mezclaban nuestras voces si
Podría haber durado como el cielo verde y duro encima de mis
¿Por qué, si abrazados sosteníamos el mundo contra
Hasta una noche, lo recuerdo como un clavo en la boca, en que sentí
Oh la luna en su cara, esa muerta caricia sobre una piel que antes
¿Por qué se tambaleaba, por qué su cuerpo se vencía como sí
-¿Estás enfermo? Tiéndete al abrigo, deja que te
Lo sentía temblar como de miedo o bruma y cuando me miró
Mis manos lo tejían otra vez buscando ese latido, ese tambor caliente y
Hasta el alba fui sombra fiel, y esperé que de nuevo
Pero vino otra luna y nos tocamos y comprendí que ya
Y él temblaba de cólera y me arrancó la blusa como
Lo ayudé, fui su perra, lamí el látigo esperando
Mentí el grito y el llanto como si de verdad su carne me
(No lo mordí ya más pero gemía y suplicaba para darle la
Pudo creer todavía, se alzó con la sonrisa del comienzo, cuando
Pero en la despedida tropezó y lo vi volverse, todo mueca y
Sola en mi casa esperé abrazada a mis rodillas hasta
El primero en acusarme fue
(Lo habré mordido, morder en el amor no es
Ahora ya sé que cuando llegue la mañana en que me
Le faltará valor para acercar la antorcha a los
Lo hará otro por él mientras desde su casa
La ventana entornada que da sobre la plaza donde
Miraré hasta el final esa ventana mientras
Lo morderé hasta el fin, morder en el amor no es tan

miércoles, 19 de enero de 2011


Si

Si no huyo del abismo
del amor.

Si no caigo donde despeñan plumas
las alas mutiladas.

Si aún tiemblo.

Si espero sin esperanza
y escribo
los bordes de este abismo interminable.

Si me sostengo al filo
de esta copa sin fondo.

Llegará la estación de los besos.
Florecerán las fiestas en tu piel.


Cuento

De: Carilda Oliver Labra

Yo era débil,
rubia, poetisa, bien casada.
Tenía deudas
y una salud de panetela blanca.
Hicimos una casa pobremente,
muchas ventanas:
para enseñar nuestros besos a las nubes,
para que el sol entrara.
La casa era tan bella
que tú nunca dormías.
Ya no eras abogado ni poliomielítico
ni nada.
Nunca dije:
¿cuándo vas a poner esa demanda?
porque yo tampoco
cocinaba.
Fueron días
como no quedan otros en las ramas.
Yo me empeñaba en sembrar algo en el patio:
tus gatos lo orinaban,
pero era tan feliz que no podía
decir malas palabras.
Ay, una tarde…
(Septiembre tomó parte en la desgracia),
Ay, una tarde
(Dios estaría sacando crucigramas);
ay, una tarde
pusiste tantas piedras en mi saya
que desde entonces
ando inventándome la cara.
El cuchillo
tenía la forma de tu alma;
yo quería ser otra, hablar de las estrellas
(sobraron noche y cama).
Yo me empeñaba en sembrar algo en tu pecho:
tus gatos lo orinaban,
y era tan infeliz que no podía
decir buenas palabras.
Tarde en otoño.
Miré las sábanas amargas,
el jarro de la leche,
las cortinas,
y el crepúsculo me convirtió en su mancha.
(Yo era un clavel podrido de repente,
un canario botado).
Con empujones que lo gris me daba,
entre temblores,
volví a la falda
de mi madre.
Pasaron tantas cosas
mientras yo me bebía la soledad a cucharadas…
Un viernes
-un viernes en que tu olvido me enterraba-
llegué a la esquina
de la casa.
Estaba allí como una tumba diferente,
se veía otra luz por las ventanas.
Tuve miedo de odiar…
(Ya era hasta mala).
Pasaron tantas cosas;
el tiempo fue cosiendo mi mirada.
Ahora no pueden asustarme con los truenos
porque la luz me alza.
Ahora no pueden confundirme con un libro.
Soy la palabra recobrada.

¡Ríanse,
agujas que en mi carne se desmandan;
ríanse,
arañas que me tejen la mortaja;
ríanse,
que a mí, también, carajo, me da gracia!

lunes, 17 de enero de 2011




O yo deliro,
o se te ha dado por poblar mi insomnio con tus luces,
por sembrarme caricias en el alma
hasta hacerla florecer.

sábado, 8 de enero de 2011



Sala de psicopatología

De: Alejandra Pizarnik, Poesía Completa - Lumen

Después de años en Europa
Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap
St. Pierre, Provence, Florencia, Siena,
Roma, Capri, Ischia, San Sebastián,
Santillana del Mar, Marbella,
Segovia, Ávila, Santiago,
y tanto
y tanto
por no hablar de New York y del West Village con ras-
tros de muchachas estranguladas
-quiero que me estrangule un negro -dijo
-lo que querés es que te viole -dije (¡oh Sigmund! con
vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que frecuenté
en las mejores playas de Europa)
y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,
y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,
aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,
persuadiéndome día a día
de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des-
tino,
-una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no
figura en el mapa dice:
-El doctor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo Tengo algo
aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía.
Nietzsche: "Esta noche tendré una madre o dejaré de ser."
Strindberg: "El sol, madre, el sol."
P. Eluard: "Hay que pegar a la madre mientras es joven."
Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación
lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido
de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire,
pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,
después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi
útero
(y como no pude, busco morir y entrar en la pestilente guarida de
la oculta ocultadora cuya función es ocultar)
hablo de la concha y hablo de la muerte,
todo es concha, yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí
orgullo por mi virtuosismo -la mahtma gandhi del lengüeteo, la Ein-
stein de la mineta, la Reich del lengüetazo, la Reik del abrirse camino
entre pelos como de rabinos desaseados -¡oh el goce de la roña!
Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro-
so, pero
¿se casarían con el leproso?
Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,
sí de eso son capaces,
pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como
ustedes:
-¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?
Y
sí,
aquí en el Pirovano
hay almas que NO SABEN
por qué recibieron la visita de las desgracias.
Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que
la sala -verdadera pocilga- esté muy limpia, porque la roña les da te-
rror, y el desorden, y la soledad de los días habitados por anti-
guos fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la
infancia.
Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala
llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de
la mejoría.
Pero
¿qué cosa curar?
Y ¿por dónde empezar a curar?
Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es
casi tan bella como el suicidio.
Se habla.
Se amuebla el escenario vacío del silencio.
O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.
-¿Por qué está callada? ¿En qué piensa?
No pienso, al menos no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al ina-
gotable fluir del murmullo. A veces -casi siempre- estoy húmeda. Soy
una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija así y coger-
me a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda
me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena
frigidez.
Húmeda.
Concha de corazón de criatura humana,
corazón que es un pequeño bebé inconsolable,
"como un niño de pecho he acallado mi alma" (Salmo)
Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honrarla con mi presencia
prestigiosa (si me quisieran un poquito me ayudarían a anularla)
oh no es que quiera coquetear con la muerte
yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a
fuerza de prolongarse,
(Ridículamente te han adornado para este mundo -dice una voz
apiadada de mí)
Y
Que te encuentres con vos misma -dijo.
Y yo dije:
Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma enti-
dad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de
de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en
la fusión de los contrarios.
El suicidio determina
un cuchillo sin hoja
al que le falta el mango.
Entonces:
adiós sujeto y objeto,
todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos
para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,
ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio
vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión
y del encuentro,
fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolu-
ción de sociedades de consumo,
y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo median-
te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,
lejos de las ciudades en las que se compran y se vende (oh, en ese jar-
dín para la niña que fui, la pálida alucinada de los suburbios malsanos
por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida niña que
no has tenido madre (ni padre, es obvio)
De modo que arrastré mi culo hasta la sala 18,
en la que finjo creer que mi enfermedad de lejanía, de separación
de absoluta NO-ALIANZA con Ellos
-Ellos son todos y yo soy yo-
finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de
buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán ayudar,
pero a veces -a menudo- los recontraputeo desde mis sombras in-
teriores que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la profundidad,
cuanto más profunda, más indecible) y los puteo porque evoco a mi
amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será nin-
guno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,
pero mi viejo se me muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen
cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo agoniza en la
miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por haber afron-
tado el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber
hurgado en lo oculto como un pirata -no poco funesto pues las mone-
das de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recin-
to lleno de espejos rotos y sal volcada-
viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos,
cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,
y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos
un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,
oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,
te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para
darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un siglo más,
(vos, yo, a quienes la vida no nos merece)

Sala 18
cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en
ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,
15 o 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las
analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,
porque -oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalíti-
ca se olvidó la llave en algún lado:
abrir se abre
pero ¿cómo cerrar la herida?

El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta-
ñan la herida que supura.
El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o segura-
mente, le ha causado la vida que nos dan.
"Cambiar la vida" (Marx)
"Cambiar el hombre" (Rimbaud)
Freud:
"La pequeña A. está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)

Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.
Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza",
de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lich-
tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su Diario cosas
como:
"Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"
Algo solo estaba, ¿no?
(Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
Y a Kierkegaard
Y a Dostoyevski
Y sobre todo a Kafka
a quien le pasó lo que a mí, si bien el era púdico y casto -"¿Qué
hice del don del sexo?" -y yo soy una pajera como no existe otra;
pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
se separó
fue demasiado lejos en la soledad
y supo -tuvo que saber-
que de allí no se vuelve

se alejó -me alejé-
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la tenebrosa
ambigüedad del lenguaje
(no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)
El lenguaje
-yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te la picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te la picás,
yo, por mi parte, no puedo más.

(1971)

*AP escribió este poema durante su estadía en el Hospital Pirovano. El texto, tal como se reproduce, está mecanografiado y lleva correcciones hechas a mano por la autora. No se había incluido en la edición de 1982 de sus textos póstumos

sábado, 1 de enero de 2011



Ella y tu silencio

Volví a ocupar mi silla
de invierno junto al fuego.

Guardé secretamente la llave del mandala.
Me derramé
como una gota de hambre sobre el mantel,
como un sueño desvaído
en la furia del insomnio.


Quería un color que anide en el vacío,
que no se seque entre lágrimas.

Éramos: ella y tu silencio.

Yo era otra luna que se quiebra,
la que tiembla de frío a este lado del alba,
la que no resplandece en tu neblina.