El libro
De todo cuanto se ha escrito, yo sólo valoro aquello
que el autor ha escrito con su propia sangre.
Escribe con sangre y comprenderás que la sangre es espíritu.
No resulta fácil entender la sangre ajena; odio a los que leen por pasar el rato.
F. Nietzsche
No me imagino mi vida sin el libro como un objeto cotidiano y a la vez asombroso, como un juguete para emplumar los momentos con mejor fulgor.
Un libro no es algo que pueda caber en onomásticas, sino que más bien tendría que abrirse como un pacto secreto con el amanecer, con los ojos llenos de alma.
Un libro es también una ventana abierta a alguna libertad posible; otro uso del lenguaje para enriquecer nuestro tiempo, la lectura. Gianni Rodari lo dejó bellamente impreso en aquella frase: Todos los usos del lenguaje para todos, no tanto para que todos sean artistas, sino para que ninguno sea esclavo. Hay en el libro, además de esa cajita de papel y sus perfumes, un hombre, una mujer, que nos hablan. La gravitación de una voz que llega a nosotros, que nos indica un camino otro que el que podíamos soñar o imaginar paseando solos.
Como escribe Borges, el libro no es como los demás instrumentos que el hombre haya creado, no es una extensión del propio cuerpo como el teléfono, el microscopio o la espada. Es diferente, se trata de una extensión de la memoria y la imaginación. Así, un libro, un buen libro, puede extender nuestra alegría esencialmente humana, entre palabras y siempre entre otros. Y no se trata de cualquier otro, Emerson llega a decir que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. Y que en ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez.
Tenemos que abrir el libro, para que despierten. Dice que podemos hacernos acompañar por los mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que a menudo no los buscamos y preferimos leer comentarios, críticas y no vamos a lo que ellos dicen. Ante la pregunta de si creía que el Espíritu Santo había escrito la Biblia, Bernard Shaw contestó que todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el Espíritu. Es decir, que un libro tiene que ir más allá de la intención de su autor. Leer no es tarea fácil, más que leer es necesario dejarse leer por el libro para que ocurra eso otro que es del orden de la novedad. Si lo comparo con algo conocido, si no permito que me arranque de mí mismo y así perderme de vista, quizá no sea leer lo que estoy haciendo, sino caer en un frecuente obstáculo.
Para leer es preciso ejercer algún grado de humildad. Como enseña Pavese: Los libros no son los hombres, son medios para llegar a ellos; quien los ama y no ama a los hombres, es un fatuo o un condenado. Hay que acercarse a esas palabras con el respeto y el ansia con que nos acercamos a una persona predilecta. Un libro es el territorio donde se encuentran el autor y el que lo lee, pero que los trasciende a ambos y siempre va más allá de ellos.
Un libro es como un fuego con dos alas, que alumbra y no se extingue sino hasta la próxima lectura. Es la posibilidad de un encuentro, de una conversación, algunas veces con semejante poder de incandescencia, capaz de reescribirnos la vida con letra perenne, de circularnos como la sangre, de desviarnos definitivamente la mirada en tal sucesión de páginas.
Leer debe implicar atravesar una puerta sin retorno, que nos lleve más allá de nosotros mismos, por así decirlo que nos cambie de tiempo y de lugar. Que nos invite a ese paraíso donde Borges se figuraba bibliotecas y otros dones.
Un libro tendría que ser como un bello paseo en bicicleta pedaleado renglón a renglón, hasta el último mar, donde aún vuelva a florecer la inicial estampa. Hay libros que nos pulsan las cuerdas más hondas, que se descargan en uno como una tempestad, como una fiesta en la estación de los besos, que nos dejan el alma llena de ojos.
* Publicado en el Suplemento Cultural del Diario de Ibiza: La Miranda, el 23/04/11